por Humberto Mariotti
El hombre encarnado, cuyo desenvolvimiento abarca dos aspectos: el civil y el espiritual, tiene una tercera faz o etapa en lo que respecta a la vida profunda y trascendente, y que halla su verdadero desarrollo espiritual en su trato con el mundo invisible.
Será preciso admitir que el ser humano no es sólo una entidad civil o social: en él existe una naturaleza que no participa del mundo físico. Ha sido olvidado que en el hombre existe un mundo trascendental que no queda atrapado por la materia y que lo relaciona con la realidad suprasensible del Espíritu. Ese mundo trascendente es el que deberá manifestarse en él si desea hallar el verdadero sentido de su existencia.
Para que se produzca tan importante hecho será preciso que el hombre entre en contacto con el mundo de los Espíritus, ya que su Ser y su Naturaleza pertenecen al él: tendrá que conocer la verdad libre, pura y real de ultratumba por medio del realismo mediúmnico que le presenta la doctrina espíritista.
Ahora bien, ese contacto con el mundo espiritual podrá lograrlo por intermedio de los centros espíritas. En ellos es donde el hombre descubrirá su verdadera naturaleza y comprenderá la razón de ser de su existencia, las vivas realidades del Evangelio, el significado de la evolución palingenésica y la importancia histórica del espiritismo. Su arraigo en los centros espíritas permitirá que en él prevalezca el “hombre espiritual” sobre el “hombre civil o social”. Por eso la función de los centros espíritas consiste en preparar al ser humano para “sentirse y reconocerse” como entidad espiritual, y aceptar que la auténtica naturaleza de toda ética deberá fundarse en el Evangelio.
De ese modo el hombre se irá identificando con el sentido de lo eterno; sabrá que los muertos viven y que se comunican con él para ilustrarlo con respecto a su existencia, lo mismo que para alentarlo a persistir en el bien y en la bondad a pesar de las duras contradicciones halladas en el diario mundo de los hombres.
Los centros espíritas serán las bases para adoptar esa nueva actitud frente a la vida, la sociedad, la historia y el universo, pues en sus sesiones mediúmnicas y culturales el ciudadano encontrará el exacto saber de lo que representa su ser y existir en lo espiritual y cristiano. Comprenderá por qué se ora y se ama, y qué significa para su mundo interior el cumplimiento de la ley de adoración.
De ahí que los centros espíritas resulten como partículas que tienden a engrandecerse, a ampliarse para conquistar paulatinamente áreas y más áreas del “mundo material”, hasta que un día hayan alumbrado con sus luces al planeta entero. En ese feliz momento, la Tierra será un ancho y venturoso centro espírita que elevará la mirada a sus hermanas del espacio, ya que cada mundo le resultará el luminoso eslabón de una cadena infinita que sólo podrá comprenderse en Dios y a través de la divina armonía universal.
Los centros espíritas, en definitiva, transformarán al “hombre civil” en “hombre espiritual”, influyéndolo así sobre la conformación de nuevas estructuras jurídicas, hasta modificar las bases materialistas del Estado. Ellos serán los que transformarán la sociedad civil y materialista, absorbiéndola paulatinamente hasta que las leyes resulten complementos espirituales emanados de la evolución moral de individuos y generaciones, las cuales darán amplio cauce al desarrollo de verdades psíquicas y metapsíquicas tanto como físicas y metafísicas, bajo el amparo de un Estado moderno y evolucionado.
Decía Hartmann que “la religión nace del sentimiento”. En efecto, cuando el espíritu se hace consciente de su propia realidad y existencia es cuando despierta en él ese sentimiento de lo metafísico y religioso. Comienza así a pensar sobre su realidad circundante, pero a la vez y con mayor intensidad sobre qué podrá existir en lo invisible. De ese modo todas las cosas se conmueven alrededor suyo, hasta llegar al grado de exigir una amplia explicación sobre el por qué de su existencia. En esas condiciones es cuando el hombre acepta a Dios como viviente realidad del universo. Es entonces cuando surge la llamada “fuerza del ideal”.
Transcripción del § 3 del libro Los ideales espíritas en la sociedad moderna, Confederación Espiritista Argentina, Buenos Aires, 1965.