por Cezar Braga Said
Aprender a trabajar en equipo es un requisito fundamental para nuestra socialización, pues en la vida de relación somos convocados a la convivencia con personas diversas de las cuales dependemos y con las cuales necesitamos colaborar.
Es un error creer que podemos hacer todo solos, sin el auxilio de los demás. También es una equivocación creer que el trabajo saldrá bien si sólo nosotros somos quienes lo realizamos. La autosuficiencia es uno de los grandes errores contra el cual debemos luchar. Ninguno lo sabe todo ni puede hacer todo; nuestro saber tanto como nuestro poder son relativos. Estamos en la condición de aprendices dentro de un régimen de interdependencia, destinados a aprender los unos de los otros aquello que ignoramos.
Acerca de esta cuestión Allan Kardec hizo una advertencia que podríamos considerar como una constatación de su parte, al tener en cuenta que no dejamos de ser imperfectos por el simple hecho de que adoptemos los principios espíritas: “Un error muy frecuente entre algunos neófitos es el de considerarse maestros al cabo de unos pocos meses de estudio. (…) Existe en esa pretensión de no necesitar consejos y de considerarse por encima de los demás una demostración de incompetencia, pues dejan de lado uno de los primeros preceptos de la doctrina: la modestia y la humildad.”[1]
Nos permitiríamos agregar que no son sólo los nuevos adeptos; muchas veces algunos de los más antiguos y experimentados, equivocadamente piensan también de ese modo.
En contraposición con esta postura, cuando nos proponemos trabajar en equipo muchas veces nos es necesario colaborar en forma anónima, con aceptación del liderazgo de compañeros investidos de tal responsabilidad. En otras ocasiones somos invitados a asumir el comando de los esfuerzos, pero sea de una u otra manera siempre tendremos que acatar las decisiones que resulten del consenso, precisamente porque ninguno de nosotros es indispensable, aunque todos seamos convocados a colaborar en algún sector.
Relativizar nuestra importancia sin subestimarnos es una señal de sentido común, pues sobre este aspecto incluso el Codificador fue orientado lúcida y amorosamente por el Espíritu de Verdad en cuanto a la mejor actitud a adoptar en relación con la tarea que se le anunciaba: “(…) No olvides que puedes triunfar o fracasar. En este último caso otro te reemplazaría, pues los designios de Dios no están asentados sobre la cabeza de un individuo.” [2]
No obstante esta posibilidad, él era quien reunía las mejores condiciones para emprender la tarea de codificar el Espiritismo, aunque también estaban reencarnados Espíritus dispuestos a llevar adelante los designios de Jesús.
Allan Kardec no solamente valoraba el trabajo en equipo sino que además formaba parte de uno: el equipo del Espíritu de Verdad, que obraba conjuntamente en la esfera material y en la espiritual.
Jesús mismo, mientras estuvo encarnado entre nosotros, destacó la importancia del trabajo en equipo al convocar a doce apóstoles para el servicio de la evangelización de las criaturas humanas.
Las obras de André Luiz describen, en particular, la organización, la disciplina, los principios que rigen Nuestro Hogar y algunas otras colonias espirituales, como demostración de que nadie, dondequiera que esté, actúa a solas en la obra del bien o en la del mal.
Los relatos de Emmanuel en el libro Pablo y Esteban dan a conocer que en la composición de la Casa del Camino, así como en los primeros núcleos del cristianismo primitivo, siempre había más de un compañero que se alternaba con otro para la ejecución de las tareas. El sentido de la acción en equipo que proclamaba Jesús llegó a ser un importante lineamiento dentro de la organización y la supervivencia de esos primeros núcleos.
Hoy en día, para que los centros espíritas puedan continuar fieles a Jesús y a Kardec, es necesario que los equipos estén abiertos a la renovación. Renovarse con nuevas ideas y nuevos compañeros, sin que ninguno retenga indefinidamente el comando de nada. Pero que esa renovación se produzca con criterio y no insensatamente. Que suceda sin apegos ni susceptibilidades.
Sabemos que la primera renovación que necesitamos es la de nuestro mundo interior, pues sin ella todas las demás quedarán comprometidas. Podemos actualizar las técnicas, estudiar e implantar nuevos modelos de gestión, revisar los métodos de estudio, invitar a expositores de otras casas, promover encuentros, crear grupos para el estudio de una determinada obra, participar de encuentros de preparación promovidos por los organismos de unificación o por determinados Centros, analizar otras experiencias a fin de que nuestro equipo crezca y el trabajo conserve actualidad.
Las instrucciones generales para esa labor están indicadas y al mismo tiempo justificadas en la Codificación, especialmente en Obras Póstumas: “Para la comunidad de los adeptos, la aprobación o desaprobación, el consentimiento o el rechazo, las decisiones -en síntesis- de un cuerpo constituido en representación de una opinión colectiva, forzosamente tendrán una autoridad que jamás alcanzarían si emanaran de un solo individuo, que representa nada más que una opinión personal. A menudo una persona rechaza la opinión de alguien por considerar que se humillaría en caso de someterse a esa opinión o bien de acatar sin dificultad la de muchos otros.” [3]
Kardec escribe con todas las letras que no existe quien posea la luz universal y que “(…) un hombre puede estar confundido acerca de sus propias ideas, mientras que otros pueden ver lo que él no ve (…)” [4]. Esto destaca la importancia del trabajo y de la convivencia en grupo.
Si nos detuviéramos a meditar cuánto puede realizar un grupo de trabajo unido, sincero, donde la amistad sea verdadera, comprenderíamos cuánto tiempo perdemos con celos, rivalidades encubiertas, chismorreos excesivos, preocupaciones innecesarias, discusiones infructíferas, que acaban por comprometer los buenos propósitos de un grupo espírita.
En un equipo compuesto por espíritas no debe haber lugar para centralizaciones, autoritarismos, como tampoco para sumisiones o pasividades; cada miembro ofrece sus mejores energías, sus ideas, su afecto, en la colaboración para el acercamiento entre todos y la resolución de divergencias.
Cuando no tenemos un equipo sino un “euquipe” [5] el alejamiento gradual de los compañeros es nada más que cuestión de tiempo.
En tales circunstancias no habrá una entidad colectiva sino una aglomeración de personas sin objetivos en común; los lazos no serán cristianos, sino apenas los que recomienda la conveniencia.
Cuando, por el contrario, existe una reunión de personas realmente unidas, la entidad colectiva se perpetúa, y aunque perdiera uno o varios miembros, el trabajo no habrá de sufrir solución de continuidad.
Tales disposiciones son valederas para la dirección de un organismo de unificación, de un centro espírita, de un departamento existente en un centro espírita o incluso para un equipo transitorio, constituido sólo para la organización de un acto.
Además de hacer apenas nuestra parte, es necesario que analicemos si colaboramos para que los demás hagan la parte que les corresponde. No con intromisiones que comprometan la autonomía de los compañeros e impidan que los errores les enseñen lo que necesitan saber, sino con estímulos, sugerencias, poniéndonos a su disposición para auxiliarlos del mismo modo que deseamos su colaboración en nuestro propio beneficio.
Para finalizar, evocamos una vez más el lúcido pensamiento de Allan Kardec acerca del tema, para que podamos analizar, cada uno per se la naturaleza de los vínculos que hemos establecido con nuestros compañeros de ideal.
“(…) Si un grupo quiere funcionar en condiciones de orden, de tranquilidad, de estabilidad, es necesario que en él reine un sentimiento fraternal. Un grupo o una sociedad que se forme sin tener como base la caridad efectiva, carecerá de vitalidad, mientras que los que estén fundados según el verdadero espíritu de la doctrina se considerarán como miembros de una misma familia que, como no pueden vivir todos bajo el mismo techo, lo hacen en lugares diferentes.” [6]
Artículo publicado en la Revista REFORMADOR, octubre 2005.
[1] KARDEC, Allan. Revista Espírita, noviembre de 1861.
[2] KARDEC, Allan. Obras Póstumas.
[3] Ídem, ibídem.
[4] Ídem, ibídem.
[5] Euquipe: término portugués formado con la unión de la palabra “eu” (“yo”) y “equipe” (“equipo”). (N. del T.)
[6] KARDEC, Allan. Revista Espírita, febrero de 1862.
Más posts de espiritismo
La vida en los mundos superiores
En los mundos que han llegado a un grado superior, las condiciones de la vida moral y material son muy distintas a las de los mundos inferiores. Incluso difieren de las condiciones...