por Humberto Mariotti
El Ideal es la fuerza soberana que impulsa a hombres y pueblos hacia la meta de lo desconocido y revolucionario. Sin Ideal el espíritu humano permanece quieto y estancado, ignorando que el mundo y las cosas fluyen hacia edades y situaciones nuevas. Podría decirse que el hombre carente de Ideal es un ser inconsciente atrapado por lo que Allan Kardec llamó muerte espiritual.
El Ideal verdadero es aquel que renueva la ética ciudadana y modifica lo imperfecto. De ahí que toda legislación superior será aquella que transforme lo imperfecto aproximándolo a lo más excelente, y que despierte en el Éspíritu encarnado una moral nueva basada en la bondad y la justicia.
Los centros espíritas son los medios por los cuales el Ideal de la verdad fluye constantemente; en ellos es donde el Ideal se objetiva y se hace evidente ante la conciencia, determinando así un tipo humano idealista imposible de parangonar con otro. El espiritismo, como se sabe, es fuente inagotable de ideales, y tiene la virtud de transformar lo viejo en nuevo, es decir, de transferirle a las cosas la eterna juventud de la inmortalidad. Es por ello que los centros espíritas son forjadores de hombres y mujeres idealistas, capaces de sacrificarse por lo que significa la verdad en medio de un mundo confundido y materialista.
El Ideal no pertenece a los valores económicos ni a las formas corporales: está íntimamente ligado al mundo subjetivo del hombre, por cuya razón toda transformación del Ser se operará en los mundos internos, verdadero asiento del Espíritu inmortal. Esto mismo, además, es lo que conduce a la reforma de los métodos educacionales, pues el Ideal que emana de los centros espíritas no es sólo trascendental sino inmanente, razón por la cual la educación que se imparta por su intermedio modificará sustancialmente el carácter desde sus más profundos estados internos.
El Ideal, cuando es verdadero, armonioso y claro, tiene la virtud hasta de contribuir al mejoramiento de ciertos tipos de enfermos, ya que su influencia, al interesar las zonas psíquicas del individuo, determina al mismo tiempo un beneficio terapéutico en lo que respecta al organismo. El Ideal verdadero es capaz de producir tales fenómenos porque su esencia está condicionada por la armonía y la belleza. Esta particularidad es lo que nos da a conocer el auténtico significado de lo que se denomina armonía de los fluidos, requisito éste valiosísimo para la vida mediúmnica y espiritual de los centros espíritas. El mundo fluídico del individuo constituye la zona inmanente y trascendente del periespíritu, órgano éste que la Universidad deberá reconocer como factor vital para la preservación de la salud humana.
En efecto, este mundo fluídico a que hemos aludido crea sus propios movimientos, determinando círculos concéntricos cuyos efectos serán favorables o no para el individuo según sea el tipo de ideal que los genere. La armonía será considerada en el futuro como el mejor elemento para el bienestar físico, psíquico y espiritual del hombre. La sociedad estará fundada en la armonía moral a causa de la prevalencia que tendrá el Ideal sobre la vida íntima y ciudadana. Sobre esa base se modificarán las costumbres. Las familias, los pueblos y las naciones se entenderán mejor porque en cada espíritu y en cada civilización prevalecerá la fuerza renovadora del Ideal como generadora de armonía y, en consecuencia, de bondad, comprensión y justicia.
Los centros espíritas representan en la sociedad moderna focos de Ideal en su más elevada acepción. Ellos deberán resonar sincrónicamente con la armonía de elevados mundos espirituales por medio del saber, el trabajo y la belleza. Un centro espírita desvinculado de esa superior armonía no podrá ser depositario de las verdades de la escuela espiritista, ni cumplirá con las dos grandes misiones que le corresponden: espiritualizar y evangelizar a la criatura humana encarnada por medio del Ideal.
Los hombres idealistas que forjan los centros espíritas no son contemplativos ni utópicos. El nuevo idealismo que nos da la filosofía del espiritismo conforma caracteres inquietos, luchadores y dinámicos. Jesús, el Supremo Idealista, no pasó su corta existencia embelesándose al contemplar las bellezas idílicas de la Galilea: actuó y trabajó a favor del reino de los Cielos -su Perfecto Ideal-, cansando su delicada constitución corpórea y luchando contra las injusticias del mundo antiguo, hasta ser el divino protagonista del drama del Calvario. El idealismo de Jesús, basado en el más puro amor, recorrió campos, aldeas y ciudades sin resentirse nunca ante las más duras adversidades. En consecuencia, el mejor tipo de hombre idealista lo tenemos en Jesús; de ahí que en los centros espíritas su figura se destaca siempre como una expresión de lo que estos representan en la evolución de la sociedad moderna.
Allan Kardec, en El libro de los Espíritus, preguntó cuáles eran los caracteres del hombre perfecto, y se le contestó: Contemplad a Jesús. En efecto, Jesús es el mejor tipo de hombre idealista si se considera que en su Ser se reúnen el Amor, el Saber y la Belleza, trilogía ésta que configura al Ideal humano unido con el divino. Y sobre la base de tan excelso modelo, los centros espíritas forjan los nuevos hombres idealistas que, sin caer en apatías ni en pseudo misticismos, se presentan como una muestra de lo que puede el Ser como fuerza moral en la acción transformadora de todo momento, cuando el Ideal que lo anima y alienta es fuerte como la roca y transparente como el cristal.
Transcripción del § 4 del libro Los ideales espíritas en la sociedad moderna, Confederación Espiritista Argentina, Buenos Aires, 1965.