Cuando Cristo dijo: “Bienaventurados los afligidos, porque de ellos es el reino de los Cielos”, no se refería de modo general a los que sufren, pues todos los que están en la Tierra sufren, tanto quienes ocupan un trono como los que duermen sobre la paja. No obstante, desgraciadamente, pocos son los que sufren bien. Pocos comprenden que sólo las pruebas que se soportan bien son las que conducen al reino de Dios. El desaliento es una falta. Dios se rehúsa a brindaros consuelo cuando os falta valor. La oración es un sostén para el alma, pero no basta: es preciso que se apoye en una fe viva en la bondad de Dios. Se os ha dicho a menudo que Él no deposita una pesada carga sobre espaldas débiles. La carga es proporcional a las fuerzas, así como la recompensa será proporcional a la resignación y al valor. La recompensa tendrá tanto más valor cuanto más penosa haya sido la aflicción. Pero esa recompensa debe ser merecida, por eso en la vida abundan las tribulaciones.
El militar que no es enviado a las líneas de fuego no está satisfecho, porque el descanso en el campamento no es propicio para su ascenso. Sed, pues, como el militar, y no anheléis un descanso con el que se entorpecería vuestro cuerpo y se embotaría vuestra alma. Cuando Dios os envíe a la lucha, poneos alegres. Esa lucha no consiste en el fuego de la batalla, sino en las amarguras de la vida, en las que a veces se necesita más valor que en un combate sangriento, pues quien se mantiene firme ante el enemigo puede flaquear bajo el peso de una pena moral. El hombre no recibe recompensa alguna para esa clase de valor, pero Dios le reserva la palma de la victoria y un lugar glorioso. Cuando tengáis un motivo para el sufrimiento o la contrariedad, intentad superarlo, y cuando lleguéis a dominar los impulsos de la impaciencia, de la cólera o la desesperación, decíos a vosotros mismos, con justa satisfacción: “He sido más fuerte”.
Bienaventurados los afligidos puede, por consiguiente, traducirse de este modo: “Bienaventurados los que tienen ocasión de poner a prueba su fe, su firmeza, su perseverancia y su sumisión a la voluntad de Dios, porque obtendrán centuplicada la alegría que les falta en la Tierra, y a continuación del trabajo vendrá el descanso”. (Lacordaire. El Havre, 1863.)
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