Nos asombramos de encontrar en la Tierra tanta maldad y malas pasiones, tantas miserias y enfermedades de todo tipo, e inferimos de ahí que la especie humana es una triste cosa. Este juicio proviene del punto de vista limitado en que nos colocamos, y que nos da una falsa idea del conjunto. Es preciso considerar que en la Tierra no se ve toda la humanidad, sino una muy pequeña fracción de ella. En efecto, la especie humana comprende todos los seres dotados de razón que pueblan los innumerables mundos del universo. Ahora bien, ¿qué es la población de la Tierra comparada con la población total de esos mundos? Mucho menos que la de una aldea en relación con la de un gran imperio. La situación material y moral de la humanidad terrestre nada tiene de extraordinario si se toma en cuenta el destino de la Tierra y de la naturaleza de quienes habitan en ella.
La Tierra nos ofrece, pues, uno de los tipos de los mundos expiatorios, cuyas variedades son infinitas, pero que tienen como carácter común el hecho de servir de lugar de destierro a los Espíritus rebeldes a la ley de Dios. Allí, esos Espíritus tienen que luchar, a la vez, contra la perversidad de los hombres y contra la inclemencia de la naturaleza, doble trabajo penoso que desarrolla al mismo tiempo las cualidades del corazón y las de la inteligencia. De ese modo, en su bondad, Dios hace que el castigo redunde en provecho del progreso del Espíritu.
Nos formaríamos una idea muy falsa de los habitantes de una gran ciudad si los juzgáramos por la población de los barrios más ínfimos y sórdidos. En un hospital sólo se ven enfermos y lisiados; en un presidio se ven todos los vicios y todas las torpezas reunidos; en las comarcas insalubres la mayor parte de los habitantes están pálidos, enfermizos y achacosos. Pues bien, figurémonos que la Tierra es un arrabal, un hospital, una penitenciaría, una región malsana, porque es todo eso a la vez, y se comprenderá por qué las aflicciones prevalecen sobre los goces, ya que no se destina al hospital a las personas que tienen buena salud, ni al correccional a las que no han hecho daño, pues ni los hospitales ni los correccionales son lugares de delicias.
Ahora bien, así como en una ciudad la población no está toda en los hospitales o en las cárceles, tampoco la humanidad está toda en la Tierra. Y del mismo modo que uno sale del hospital cuando está curado y de la cárcel cuando ha completado su condena, el hombre deja la Tierra por mundos más felices cuando se ha curado de sus enfermedades morales.
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