Los pueblos se han formado ideas muy divergentes acerca de la creación, según el grado de sus luces. La razón, apoyada en la ciencia, ha reconocido la inverosimilitud de algunas de esas teorías. La que ofrecen los Espíritus, en cambio, confirma la opinión que los hombres más instruidos admiten desde hace mucho tiempo.
La objeción que se puede hacer a esta teoría es que contradice el texto de los libros sagrados. Sin embargo, un examen serio permite reconocer que esa contradicción es más aparente que real, y resulta de la interpretación dada a lo que a menudo tiene un sentido alegórico.
La cuestión del primer hombre en la persona de Adán, como único tronco de la humanidad, no es la única sobre la cual las creencias religiosas han tenido que modificarse. El movimiento de la Tierra pareció, en cierta época, tan opuesto al texto sagrado, que no hubo un solo tipo de persecuciones a las que esa teoría no haya servido de pretexto. No obstante, a pesar de los anatemas, la Tierra gira, y hoy nadie podría refutarlo sin agraviar a su propia razón.
La Biblia afirma también que el mundo fue creado en seis días, y fija la época de su creación alrededor del año 4000 antes de la Era cristiana. Con anterioridad a esa época la Tierra no existía, pues fue extraída de la nada: el texto es preciso. Pero sucede que la ciencia positiva, la ciencia inexorable, viene a probar lo contrario. La formación del globo está escrita con caracteres inalterables en el mundo fósil, y está probado que los seis días de la creación son otros tantos períodos, cada uno de los cuales abarcó tal vez varios cientos de miles de años. No se trata de un sistema, una doctrina o una opinión aislada, sino de un hecho tan constante como el del movimiento de la Tierra, y que la teología no puede rehusarse a admitir, pues constituye la prueba evidente del error en el que se puede caer si se toman al pie de la letra las expresiones de un lenguaje que suele ser figurado. ¿Es necesario concluir de ahí que la Biblia está en un error? No. Los hombres se han equivocado al interpretarla.
Al explorar los archivos de la Tierra, la ciencia descubrió el orden en que los diferentes seres vivos aparecieron en su superficie, y ese orden concuerda con el indicado en el Génesis, con la diferencia de que en vez de haber salido milagrosamente de las manos de Dios en algunas horas, esta obra se realizó, siempre por su voluntad, pero de acuerdo con la ley de las fuerzas de la naturaleza, en algunos millones de años. ¿Es Dios menos grande y poderoso por ello? ¿Su obra es menos sublime porque le falta el prestigio de la instantaneidad? Es evidente que no. Sería preciso formarse una idea muy mezquina de la Divinidad para no reconocer su omnipotencia en las leyes eternas que ha establecido para regir los mundos. Lejos de menoscabar la obra divina, la ciencia nos la muestra con un aspecto más grandioso y más conforme a las nociones que tenemos del poder y la majestad de Dios, incluso porque se ha realizado sin derogar las leyes de la naturaleza.
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