La felicidad de los Espíritus bienaventurados no consiste en la ociosidad contemplativa, que sería una eterna y fastidiosa inutilidad. Por el contrario, la vida espiritual es, en todos sus grados, una actividad constante, pero exenta de cansancio. La dicha suprema consiste, pues, en el goce de todos los esplendores de la creación, a los que ningún lenguaje humano podría describir, y que la imaginación más fecunda sería incapaz de concebir. Consiste en el conocimiento y la penetración de todas las cosas; en la ausencia de aflicciones físicas y morales; en una satisfacción íntima, una imperturbable serenidad del alma. Consiste también en el amor puro que une a todos los seres, debido a que no se producen los roces propios del contacto con los malos. Por encima de todo, consiste en la contemplación de Dios y en la comprensión de sus misterios, que son revelados a los más dignos. Esa felicidad también se encuentra en el cumplimiento de funciones asignadas por lo Alto. Los Espíritus puros son los mesías o mensajeros de Dios que transmiten y ejecutan su voluntad. Llevan a cabo las misiones de importancia, presiden la formación de los mundos y la armonía general del universo, tarea gloriosa confiada sólo a quienes alcanzaron la perfección. Los Espíritus del orden más elevado son los únicos que participan de los secretos de Dios, porque se inspiran en su pensamiento y son sus representantes directos.
Las atribuciones de los Espíritus son proporcionales a su progreso, a las luces que poseen, a sus capacidades, a su experiencia y al grado de confianza que inspiran al soberano Señor. Para Él no existen privilegios, ni favores que no sean el premio al mérito; todo se mide y se pesa en la balanza de la estricta justicia. Las misiones más importantes sólo son confiadas a aquellos que Dios juzga capaces de cumplirlas e incapaces de fallar o de ponerlas en riesgo. Mientras que los más dignos componen, ante la mirada misma de Dios, el consejo supremo, a los jefes superiores se les atribuye el comando de los torbellinos planetarios, y a otros se les confía el de mundos específicos. Después siguen, en orden de adelanto y subordinación jerárquica, las atribuciones más restringidas de los que tienen a su cargo la marcha de los pueblos, la protección de las familias y los individuos, el estímulo de cada rama del progreso, las diversas operaciones de la naturaleza, y hasta los más ínfimos detalles de la creación. En ese vasto y armonioso conjunto, hay ocupaciones para todas las capacidades, aptitudes y propósitos de buena voluntad; ocupaciones aceptadas con júbilo, solicitadas con entusiasmo, puesto que son un medio de adelanto para los Espíritus que aspiran a elevarse.
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