De la enseñanza impartida por los Espíritus resulta que, en cuanto al grado de adelanto o de inferioridad de sus habitantes, los diversos mundos se encuentran en condiciones muy diferentes unos de otros. Así, entre ellos los hay cuyos moradores son aún más inferiores que los de la Tierra, física y moralmente. Otros están en la misma categoría que el nuestro; y otros son más o menos superiores en todos los aspectos. En los mundos inferiores la existencia es enteramente material, las pasiones reinan en ellos con soberanía, la vida moral es casi nula. A medida que esta se desarrolla, la influencia de la materia disminuye, a punto tal que en los mundos más adelantados la vida es, por decirlo así, absolutamente espiritual.
En los mundos intermedios hay una combinación de bien y de mal, con predominio de uno u otro, según el grado de adelanto de quienes habitan en ellos. Aunque no se puede hacer una clasificación absoluta de los diversos mundos, es posible, conforme a su estado y a su destino, y con base en los matices más sobresalientes, dividirlos de modo general como sigue: mundos primitivos, destinados a las primeras encarnaciones del alma humana; mundos de expiaciones y de pruebas, donde el mal predomina; mundos regeneradores, donde las almas que aún tienen que expiar adquieren nuevas fuerzas y descansan de las fatigas de la lucha; mundos felices, donde el bien prevalece sobre el mal; mundos celestiales o divinos, morada de los Espíritus purificados, donde el bien reina por completo. La Tierra pertenece a la categoría de los mundos de expiaciones y de pruebas, por eso en ella el hombre está expuesto a tantas miserias.
Los Espíritus que encarnan en un mundo no están sujetos a él indefinidamente, ni tampoco cumplen allí todas las fases del progreso que deben recorrer para llegar a la perfección. Cuando han alcanzado el grado de adelanto que ese mundo les permite, pasan a otro más adelantado, y así sucesivamente, hasta que llegan al estado de Espíritus puros. Esos mundos son otras tantas estaciones, en cada una de las cuales encuentran elementos de progreso proporcionados a su adelanto. Pasar a un mundo de orden más elevado es para ellos una recompensa, del mismo modo que constituye un castigo prolongar su permanencia en un mundo desdichado, o ser relegados a otro aún más infeliz que aquel que se ven obligados a abandonar cuando se obstinan en el mal.
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