En 1854, Rivail oyó hablar por primera vez de las mesas giratorias. Un día se encontró con el Sr. Fortier, magnetizador, a quien conocía desde mucho tiempo atrás, quién le preguntó si estaba al tanto del nuevo descubrimiento en el magnetismo. Le aseguró: -“Parece que ahora no sólo se puede magnetizar a las personas sino también a las mesas, y se consigue que giren y anden a voluntad”.
A Rivail no le pareció imposible. Él participaba activamente de los trabajos de la sociedad de Magnetismo de París, la más importante de Francia. Hacía 35 años que profesaba la ciencia magnética.
Cierto tiempo después se encontró nuevamente con el Sr. Fortier, quien le dijo: “Aquí hay algo mucho más extraordinario; no sólo se consigue que una mesa se mueva mediante la magnetización, sino también que hable. Cuando se la interroga, responde”. Rivail no le creyó, como ignoraba la causa y la ley de aquel fenómeno, le parecía absurdo que se atribuyera inteligencia a una cosa puramente material. Hasta entonces no había visto ni observado nada; pero la idea de una mesa parlante todavía no había penetrado en su mente.
Al año siguiente -a comienzos de 1855- se encontró con el Sr. Carlotti, amigo desde hacía 25 años, que le habló de aquellos fenómenos durante casi una hora. Pero Rival desconfiaba de su exaltación. Fue él la primera persona en hablarle de la intervención de los Espíritus, y le contó tantas cosas sorprendentes que, lejos de convencerlo, aumentó sus dudas. Sin embargo, Carlotti le dijo: “Llegará el día en que usted será de los nuestros”.
Pasado cierto tiempo, en el mes de mayo de 1855, fue a la casa de la sonámbula Sra. Roger, en compañía del Sr. Fortier, su magnetizador. En tal ocasión, conoció al Sr. Pâtier y a la Sra. de Plainemaison, que le hablaron de aquellos fenómenos en el mismo sentido que el Sr. Carlotti, pero en un tono muy diferente. El Sr. Pâtier era un funcionario público de cierta edad, muy instruido, de carácter grave, frío y reposado; su lenguaje pausado, exento de todo entusiasmo, produciendo en Rivail una viva impresión, y cuando lo invitaron a asistir a esas experiencias aceptó de inmediato.
Allí presenció por primera vez el fenómeno de las mesas que giraban, saltaban y se trasladaban, en condiciones tales que no dejaban lugar a ninguna duda. Presenció también algunos ensayos bastante imperfectos de escritura mediúmnica en una pizarra, con la ayuda de una cesta. Decía Rivail: “Mis ideas estaban lejos de definirse, pero había allí un hecho que forzosamente provenía de una causa. Pude vislumbrar en aquellas aparentes futilidades, en esa especie de juego en que habían convertido a aquellos fenómenos, algo serio: la revelación de una nueva ley que me propuse estudiar en profundidad”.
Inmediatamente después se le presentaron otras oportunidades para observar los hechos con mayor detenimiento, como aún no había podido hacerlo. En una de las reuniones de la Sra. de Plainemaison conoció a la familia Baudin, que por entonces vivía en la calle Rochechouart. El Sr. Baudin invitó a Rivail a que asistiera a las sesiones semanales que se realizaban en su casa, de las que de inmediato se convirtió en un asiduo concurrente.
Estas reuniones eran bastante numerosas. Aparte de los frecuentadores habituales, eran admitidos fácilmente todos aquellos que solicitaban autorización para asistir. Las dos señoritas Baudin eran las médiums, que escribían en una pizarra con la ayuda de una cesta, denominada trompo. Ese procedimiento, requería la colaboración de dos personas, excluyendo toda posibilidad de intromisión de las ideas del médium. Allí tuvo Rivail la oportunidad de ver comunicaciones continuas y respuestas a preguntas formuladas, y algunas veces incluso a preguntas mentales que denotaban, de modo evidente, la intervención de una inteligencia extraña.
Los asuntos tratados en las reuniones por lo general eran frívolos. Los concurrentes se ocupaban sobre todo de cosas relativas a la vida material, al porvenir, en suma, de cosas que nada tenían de realmente serio. La curiosidad y la diversión eran los móviles principales de todos. El Espíritu que solía manifestarse respondía al nombre de Zéphyr, quién se presentaba como el protector de la familia.
En esas reuniones Allan Kardec comenzó sus estudios. Trató de obtener la solución de los problemas que le interesaban desde el punto de vista de la filosofía, de la psicología y de la naturaleza del mundo invisible. Llevaba a cada sesión una serie de preguntas preparadas y ordenadas en forma metódica. Eran invariablemente respondidas con precisión, profundidad y de manera lógica. A partir de entonces, las reuniones asumieron un carácter muy diferente. Entre los concurrentes se encontraban personas serias que tomaron un vivo interés, y si Rivail faltaba por algún motivo, se quedaban sin saber qué hacer.
Al año siguiente -en 1856-, frecuentaba al mismo tiempo las reuniones espíritas que se realizaban en la casa del Sr. Roustan. Esas reuniones eran serias y se llevaban a cabo con orden. Las comunicaciones eran trasmitidas por intermedio de la médium, Srta. Japhet.
En estas reuniones, al cabo de algunas sesiones, los Espíritus manifestaron que preferían revisarlo en la intimidad, y determinaron a tal efecto ciertos días en los cuales trabajarían en particular con la Srta. Japhet, a fin de hacerlo con más calma, y al mismo tiempo para evitar las indiscreciones y los comentarios prematuros del público.
No conforme Rivail con esa verificación, se puso en relación con otros médiums, y cada vez que se presentaba la ocasión, aprovechaba para proponer algunas de las cuestiones que le parecían más espinosas.
La seriedad y rigor científico de Rivail lo elevaron naturalmente a la condición de líder en la investigación de los fenómenos: muchos le relataban experiencias y varios de los que se dedicaban a estudiar los fenómenos lo solicitaban para que analizase las comunicaciones espíritas recibidas.
Uno de estos grupos le entregó nada menos que 50 cuadernos con diversas comunicaciones espirituales. El talentoso profesor leyó con atención esos cuadernos, los examinó minuciosamente con su conocida agudeza intelectual. Investigó con prudencia e imparcialidad las informaciones provenientes de los Espíritus.
Fue así que más de diez médiums prestaron su colaboración para ese trabajo. A partir de la comparación y la fusión de todas las respuestas, coordinadas, clasificadas y muchas veces corregidas en el silencio de la meditación, elaboró la primera edición de El libro de los Espíritus, que vio la luz el 18 de abril de 1857. Los gastos estuvieron a cargo de Rivail.
Su Misión: la Codificación de la Doctrina Espírita
El 30 de abril de 1856, en la casa del Sr. Roustan, la médium Japhet, valiéndose de la “cestita”, transmitió a Rivail la primera revelación positiva de la misión que tendría que desempeñar. En lenguaje bastante alegórico, el Espíritu - que no se identificó - le informa que tiene una tarea con una religión bella y digna del Creador, cuyos cimientos ya habían sido colocados.
Es una página emocionante de la historia de la vida de Rivail. Humilde, sin comprender la razón de su elección para Misionero en jefe de una Doctrina que habría de revolucionar el pensamiento científico, filosófico y religioso, parecía dudar.
Otras noticias le siguieron, cada vez más claras. El anuncio es confirmado por el Espíritu Hahnemann el día 7 de mayo de 1856 y ratificado por el Espíritu de Verdad, en la reunión del 12 de junio de 1856, a través de la médium Aline C., quién le respondió:
“Confirmo lo que se te ha dicho, pero te recomiendo mucha discreción si quieres salir airoso. Más adelante tomarás conocimiento de cosas que habrán de explicarte lo que ahora te sorprende. No olvides que puedes triunfar, tanto como puedes fracasar. En este último caso, otro te sustituiría, porque los designios de Dios no se asientan sobre la cabeza de un hombre. Por consiguiente, nunca hables de tu misión, ya que sería la manera de hacer que se malogre. Esa misión solamente puede justificarse mediante la obra realizada, y aún no has hecho nada. En caso de que la cumplas, los hombres sabrán reconocerlo tarde o temprano, dado que por los frutos se conoce la calidad del árbol.”
Fuentes consultadas:
• Allan Kardec, “Obras Póstumas”
• Florentino Barrera, “La Sociedad de París”
• Florentino Barrera, “Resumen Analítico de las Obras de Allan Kardec”
• Zêus Wantuil – Francisco Thiesen, “Allan Kardec – el educador y el codificador”